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FORJADORES DE MÉXICO: NICOLÁS BRAVO (1a. Parte).

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  • 25 may
  • 6 Min. de lectura


Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador


  Perteneció a una familia de hacendados criollos, compuesta por su padre don Leonardo Bravo y sus hermanos Victor, Miguel, Máximo y Casimiro.  Sus padres eran dueños de una hacienda muy importante llamada Chichihualco, cercana a Chilpancingo, ciudad donde nació el 10 de septiembre de 1786.  Vivieron al sur de la Nueva España, en un lugar de paso de los comerciantes que se dirigen a la ciudad de México. Procedentes del centro de comercio más importante: el puerto de Acapulco.

  Creció en un ambiente donde tanto mis padres como mis tíos, rechazaban las acciones de la corona española, que a menudo humillaban y daban malos tratos a los criollos, creando un gran descontento.  Realizó solamente sus estudios primarios, pues además de que tenía suficiente fortuna para no trabajar, el estudio no era primordial en aquella región, o por lo menos él no lo consideraba así en ese tiempo.  Se dedicó a las labores del campo, junto con mis parientes y a la administración de la hacienda.

  Muy joven contrajo matrimonio con doña Antonieta Guevara, hija del español don Joaquín Guevara, propietario de la hacienda del poblado de Tixtla, en el hoy Estado de Guerrero, y amigo muy cercano de mi familia.  Cuando se inició el movimiento de independencia, nos llegaron noticias del levantamiento convocado por don Miguel Hidalgo y Costilla y de otros destacados hombres que lo apoyaban.  Esta situación despertó una gran inquietud y temor por todos lados.

  Uno de los más importantes caudillos insurgentes fue don José María Morelos y Pavón, un sacerdote del curato de Caracuaro, que reunió un numeroso ejército, para combatir a las fuerzas virreinales.  Supimos que el general Morelos combatía en la Costa Grande con el propósito de tomar el puerto de Acapulco y que algunas de sus tropas se dirigían hacia Chilpancingo.  Surgió entonces la inquietud entre algunos hacendados por apoyar el movimiento, y desde luego la familia Bravo no era la excepción.

  No todos estaban de acuerdo con la causa, como es el caso de su suegro don Joaquín Guevara, quien manifestó que estaba dispuesto a hacer frente a los grupos rebeldes.  El, como buen español, profesaba entera lealtad al rey de España Fernando VII y a las autoridades virreinales, por lo que convocó a toda la gente de la región a que se uniera para formar una fuerza para defenderlos.

  Pronto llegó a la casa de la familia Bravo la invitación de su suegro para sumarnos a su ejército, pero los Bravo ya habían tomado una seria decisión.  Se negaron rotundamente a acudir  a Tixtla como lo habían hecho otros hacendados y prefirieron ocultarse en la cueva de Michipán, en una barranca de difícil acceso.  Se escondieron, no como pensaron algunos que lo hacían para no comprometerse con ninguno de los dos bandos, sino porque Guevara había determinado que ningún patriota podía quedar exento de colaborar en la defensa de la “religión, rey y patria”; desde luego el suegro de Nicolás, como español peninsular que era, quería que todos defendieran al gobierno virreinal aun los criollos, como eran los Bravo, que aunque hijos de españoles eran nacidos en México y se encontraban sometidos a los deseos y las influencias de los españoles peninsulares.

  Dada la posición económica de la familia Bravo, tenían relaciones tanto económicas como amistosas con los hombres prominentes de las inmediaciones de la costa. Esta situación los obligaba a corresponder cuidando el orden establecido y a defender al rey, pero la opinión de los Bravo era muy distinta.  La familia Bravo había tenido serios problemas administrativos y judiciales con las autoridades españolas, sobre todo el tío de Nicolás Miguel Bravo, por lo que la situación de la familia toda era muy ambigua.  Don Joaquín Guevara, el suegro de Nicolás Bravo, no acepto la indecisión de los Bravo e intento a obligarlos a formar parte de su ejército.

  Envió una escolta al mando del comandante español Nicolás Cosío y de Garrote para hacernos prisioneros.  Pero no lograron su encargo pues por fortuna nuestra se encontraron con una tropa insurgente, bajo las órdenes del líder insurgente don Hermenegildo Galeana, que se dirigía a la hacienda de Chichihualco y los enfrentó obligándolos a dispersarse en poco tiempo obteniendo un buen botín y algunos prisioneros.  Este enfrentamiento fue determinante para aceptar unirnos al ejército insurgente.  Casimiro Bravo, tío de Nicolás, fue el único que no participo en la contienda permaneciendo neutral en todo el movimiento.  Además de nosotros, se unieron al ejército don Vicente Guerrero, un arriero miy aguerrido originario de Tixtla, y un estudiante de derecho nacido en Durango, llamado don José Miguel Fernández Félix, quien después se pondría el nombre de Guadalupe Victoria.

  Al principio los Bravo permanecieron reservados pues tenían dudas pues existía la incertidumbre sobre los objetivos de la acción política.  Los principales líderes del movimiento también discutían sobre sus propias intenciones.  Don Ignacio López Rayón, autor de la Suprema Junta Nacional Americana de Zitácuaro, primer órgano del gobierno insurgente, discutió con el general Morelos los términos políticos para dar una orientación a la causa insurgente.  La posición de la familia Bravo, incluyendo a Nicolás, en un principio fue similar a la del comandante López Rayón, es decir, la fidelidad para el rey Fernando VII, que en esos momentos estaba cautivo por los franceses de Napoleón Bonaparte.

  Cuando los Bravo se integraron al movimiento, Nicolás estaba en calidad de subalterno del general Morelos en toda la primera campaña del sur.  En el poblado de Chiautla estuvo bajo las órdenes de su tío Miguel Bravo y poco después bajo las de su padre don Leonardo Bravo, quien lo puso al frente de una sección de tropas, bajo la dirección del aguerrido general don Hermenegildo Galeana.  En enero de 1812, el general Morelos se dirigió al valle de Toluca para auxiliar a los insurgentes que se encontraban ahí, enviando al comandante Galeana que se adelantara.  Su padre don Leonardo Bravo recibió la orden de fortificar la ciudad de Cuautla que se encontraba amenazada por los realistas.  El comandante Galeana envió a Nicolás con un grupo de soldados a prestar ayuda a don José María Morelos quien, en su avance sobre el poblado de Izúcar, se hallaba amenazado por el relista Soto Maceda.  No pudieron llegar a tiempo porque el jefe realista fue vencido por Morelos quedando el jefe realista herido y derrotado.  Los insurgentes se hicieron de la artillería española y el general Morelos pudo entrar a Cuautla a esperar al enemigo; en ese lugar estaban reunidos los nombres más importantes de la insurrección encabezados por el caudillo.

  Cuando el comandante español Félix María Calleja se acercó a la ciudad, Hermenegildo Galeana recibió la orden de resistir en el punto de Santo Domingo que era el más peligroso e importante de todos.  Era el 18 de febrero de 1812.  Al día siguiente los españoles atacaron el punto y se acercaron a los parapetos, pero don Hermenegildo dio la orden de atacar y se logró rechazarlos a machetazos; el jefe Galeana mató al capitán español Sagarra.  El resto de la columna realista volvió a la carga encabezados por el propio Calleja, pensando éste que su sola presencia bastaría para derrotarlos, pero los insurgentes de don Hermenegildo Galeana resistieron el ataque y acto seguido hicieron su aparición los machetes y en luchas cuerpo a cuerpo los dominaron completamente y por primera vez el temible Félix María Calleja tuvo que retroceder totalmente derrotado.  No quedándole más remedio que sitiar la población de Cuautla dada su superioridad numérica en hombres, municiones y víveres.

  Reunidas las fuerzas de Llano y Calleja, procedieron los realistas a circunvalar Cuautla, emprendiéndose al efecto al efecto las obras de zapa e ingeniería necesarias, y el 10 de marzo emprendieron los sitiadores el fuego sobre la población.  Calleja, que en un principio creyó que el sitio no podría durar más de seis u ocho días, pronto tuvo que perder esa esperanza; y aunque pidió artillería de batir, y quitó el agua a los sitiados, vio transcurrir el mes de marzo y todo abril, sin que la heroica guarnición de Cuautla diera muestras de rendirse.  Los sitiados soportaron todas las privaciones con una patriótica resignación inspirada por Morelos, quien inventaba fiestas y regocijos para divertir a sus soldados, premiando sus actos de valor.

  La toma de agua de Juchitenengo, que era la que surtía a la población, había sido cortada por los realistas, quedando encargado de su custodia el batallón español del comandante Lobera.  El 3 de abril, el jefe Hermenegildo Galeana, en vista de la escasez del precioso liquido  propuso a Morelos y éste aprobó un atrevido plan para apoderarse nuevamente de la toma.  Galeana con algunos hombres escogidos, atacó con brío el citado batallón, le hizo abandonar el punto, y, a vista del enemigo y resistiendo los fuegos, construyó sobre la toma de agua un torreón cuadrado y un espaldón artillado con tres cañones, para defender la toma, sin que los realistas lograran recuperar esta posición  mientras duró el sitio. 

 La cuestión decisiva para Morelos, era mantenerse en la plaza hasta la llegada de las lluvias, que estaba próxima; pues entonces los sitiadores se verían obligados, por el clima y las enfermedades, primero a suspender sus operaciones, y luego a levantar el sitio.  Desgraciadamente aquel año, contra lo que ocurría normalmente, se retardaron las aguas, fallando los cálculos de Morelos.  

 
 
 

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