INVASIÓN NORTEAMERICANA. CRONOLOGÍA 1846 -1848 (6a. Parte) BATALLA DE LA ANGOSTURA (CONT.)
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- 16 nov
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Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador
FEBRERO 23 1847
La noche del 22 al 23 de febrero fue extremadamente fría. Una incesante llovizna castigó a los soldados de ambos bandos. Al amanecer, para mostrar la superioridad numérica de sus fuerzas, Santa Anna ordenó que los clarines de los distintos cuerpos tocaran a diferentes horas y organizó un desfile. Dos historiadores estadounidenses narran como, a pesar de la distancia, los invasores admiraban los vistosos uniformes de los oficiales mexicanos y las impresionantes evoluciones de las tropas.
Luego de la teatral exhibición, Santa Anna a las ocho de la mañana lanzó un ataque al centro de las tropas invasoras, sobre el camino a Saltillo. La infantería de Lombardini, quien resultó herido en la refriega, fue recibida por la mortífera artillería de la cuarta batería al mando del capitán John M. Washington, emplazada en una loma al oriente del camino. El fuego de los cañones destrozó al cuerpo de infantes y a la división del general Santiago Blanco.
Es difícil explicarse los motivos de este ataque directo, casi suicida, contra la boca de los cañones enemigos. El escritor José María Roa Bárcena concede a Santa Anna el beneficio de la duda: abre la posibilidad de que se tratara de una maniobra para obligar al general John Ellis Wool, segundo en el mando de Taylor, a distraer tropas de su flanco izquierdo, donde el general Pedro Ampudia estaría en posibilidades de penetrara aún más en el campo enemigo. Sea como fuere, el ataque frontal resultó muy costoso para el ejército mexicano.
Mientras tanto, las caballerías de Arkansas y de Kentucki fracasaron en una nueva tentativa de batir a los hombres de Ampudia en las faldas de la sierra; acabaron dispersándose desordenadamente. Casi al mismo tiempo, luego de un encarnizado combate, los hombres del coronel Francisco Pacheco hicieron retroceder a los infantes del segundo de Indiana. El flanco izquierdo de Wool estaba débil, a punto de romperse. Con la misma finalidad de recuperar posiciones en la falda de la sierra, O”Brian avanzó su infantería contra las fuerzas de Pacheco, pero el vigoroso empuje de las fuerzas mexicanas hizo fracasar el intento.
Los de O”Brian se retiraron en desorden, igual hicieron los rifleros de Humphrey Marshall. Algunos de ellos se agregaron al centro. Otros siguieron su apresurada huida hasta la hacienda de Buenavista, y no faltaron quienes buscaron refugio en Saltillo. Todo se antojaba perdido para los invasores. Santa Anna parecía tener la victoria al alcance de la mano. El general Francisco Pérez, quien había substituido a Lombardini al mando de la división, atacó con bravura. Sin embargo, otra vez la superioridad de su artillería salvo a los angloamericanos del desastre definitivo.
La batalla había durado ya muchas horas y causado gran pérdida de gente en ambos bandos. El enemigo se defendía con obstinación: algunas tropas se vieron obligadas a detener sus ataques, y algunos soldados bisoños se dispersaron. Entonces Santa Anna se dispuso a hacer el último esfuerzo. A ese fin mandó montar una batería de piezas de a 24, y que la columna de ataque dispuesta por nuestro flanco izquierdo, la cual ya no tenía objeto, viniese al derecho y que allí se reuniera a los restos del regimiento número 11 con el batallón de León y las reservas, todo al mando del general Francisco Pérez, a quien se dio orden, lo mismo que a Pacheco con su tropa, de que batiesen al enemigo hasta la extremidad, y se mandó que la batería de piezas de a 8 avanzara para tomar de flanco a la línea enemiga. Dio esta la carga, y fue rechazada y vencida, quitándosele tres de sus cañones, igual número de banderas y una fragua de campaña.
La caballería recibió orden de cargar y lo hizo valerosamente hasta llegar hasta las últimas posiciones enemigas que fueron desalojadas y cuyos defensores huyeron precipitadamente; en estas condiciones por el terreno escabroso y por el cansancio y fatiga de las tropas y caballos, no pareció prudente la persecución. La batalla terminó a las seis de la tarde, quedando nuestras tropas formadas en el campo que había sido ocupado por los estadounidenses, y con todas sus posiciones ocupadas por los mexicanos.
El general Mora y Villamil reseña el fin de la batalla de la Angostura: “Después de cinco o seis horas de fuego sostenido durante una copiosa lluvia de media hora, y aún no habiendo conseguido nosotros una decisiva ventaja, dispuso nuestro jefe un último esfuerzo, para lo cual la columna de nuestra izquierda se trasladó a la derecha, a ella se reunieron las reservas y el batallón que quedó cubriendo la altura de la izquierda, todo al mando del general Francisco Pérez, diose la carga que sostuvo el enemigo con denuedo y firmeza pero cediendo finalmente y y mandando el general Santa Anna que la caballería completase la victoria. Sin embargo, esta no pudo conseguirse que fuera tan decisiva porque el terreno fangoso impedía hasta el caminar; pero se hizo más de lo que pudiera esperarse, y las piezas así como las banderas y el campo enemigo ocupado por nuestras tropas, son las señales del triunfo.
La aproximación de la noche, dice Taylor, nos permitió atender a los heridos, y dar descanso y alimento a los soldados. Aunque la noche era muy fría, las tropas en su mayor parte tuvieron que vivaquear sin fuego, esperando que la mañana siguiente se reanudarían los combates. Durante la noche los heridos fueron trasladados a Saltillo despejando totalmente el camino preparándonos para retirarnos si la batalla del día siguiente nos era desfavorable. Siete compañías de refresco fueron sacadas de la ciudad, y el brigadier general Marshall, que había hecho una marcha forzada desde la Rinconada con un refuerzo de caballería de Kentucky y cuatro cañones de grueso calibre a las órdenes del capitán Prentiss del 1º de artillería, destinado a cubrir nuestra retirada a la mañana siguiente y estando ya muy cerca se descubrió que el enemigo había abandonado el campo durante la noche, salvándonos de esa manera de una derrota inminente. A poco nuestros exploradores habían avisado que el enemigo se había retirado a Agua Nueva. Finalmente, Taylor declara jactanciosamente, “la gran desigualdad numérica y lo exhausto de nuestras tropas, hicieron inconveniente y peligroso tratar de perseguirles”. Convengamos en que, si no es posible declarar vencedor al ejército mexicano, no hubo vencedor ni vencido en los campos de La Angostura.
Para justificar su retirada, Santa Anna, a quien se culpa de la derrota, argumento la mala situación de sus tropas, cansados y carentes de alimentos; pero su dedo acusador apuntó directamente hacia el general José Vicente Miñón, quien con sus 1,800 hombres de caballería observó un sospechoso comportamiento en las cruciales jornadas del 22 y 23 de febrero. En la de La Angostura, una de las más cruentas batallas de la invasión norteamericana, costó al ejército mexicano 594 muertos y 1,39 heridos, además de 294 prisioneros y 1800 soldados dispersos. En la parte oficial, los estadounidenses reconocieron 267 muertos y 456 heridos. Un total de 861 muertos, además de los numerosos soldados de ambos bandos que fallecieron días después a causa de las heridas.
En tales condiciones, cuando hubiera bastado un nuevo esfuerzo al día siguiente para derrotar definitivamente a los norteamericanos, Santa Anna reunió un consejo de guerra que dispuso la retirada, lo que produjo la desesperación y el desaliento en el ejército. Nunca han podido explicarse satisfactoriamente las razones que hubo para dar tal orden; pues aunque Santa Anna pretende que un correo extraordinario le llevó la noticia de la rebelión en la capital de la República y la supuesta orden del ministerio de guerra para retroceder inmediatamente en auxilio del gobierno, ni esto parece creíble, ni justifica su actitud, pues en realidad nunca hubo tal correo. Como quiera que sea, Santa Anna ordenó la retirada a Agua Nueva, alegando la falta de víveres y la fatiga del ejército, aun cuando el otro bando ya había iniciado su retirada. Pero si no había que comer en La Angostura, tampoco lo había en Agua Nueva, y si el ejército estaba fatigado, era una razón de más para que no se le hiciera caminar cinco leguas (30 kilómetros) hasta ese lugar.
Además, derrotando a los invasores, tomarían su campamento donde había agua y víveres más que suficientes. Todo esto nos lleva nuevamente a la sospecha, casi confirmada, en la existencia de un tratado secreto entre Santa Anna y los norteamericanos de facilitarles el camino hasta la conquista de la ciudad de México y por consecuencia a la derrota de nuestro país, a cambio de una crecida cantidad de dólares
Sin embargo, más mortífera que las armas enemigas, fue para el ejército mexicano el viaje de ida y vuelta de San Luis Potosí. Al regreso, al igual que la ida, se caminó 16 días sometido a las inclemencias del tiempo. El hambre y la sed. Sumando las pérdidas sufridas en la batalla y en las marchas, los soldados mexicanos muertos llegaban a 10,500, muchos más que la mitad que un mes antes habían salido orgullosamente de San Luis Potosí. Espantable hecatombe para una batalla que, paradójicamente, no decidió nada ni para uno ni para otro de los países en conflicto, pues la ocupación de México por el norte se detuvo en Saltillo, para reanudarse muy lejos de allí, en Veracruz, con el ejército del general Winfield Scott.
(continúa en la séptima parte)








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