LA CRISIS DE LIDERAZGO Y LA PÉRDIDA DE VALORES EN LA POLÍTICA
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- 12 mar 2024
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EDITORIAL /

En el panorama político actual, nos enfrentamos a una crisis de liderazgo sin precedentes. Los políticos partidistas, la economía, los campesinos, los trabajadores, los medios de comunicación, los empresarios y las organizaciones sindicales o denominados poderes fácticos están inmersos en un problema que, si no se le da la importancia que merece, podría desencadenar una severa crisis.
Esta situación se ha gestado desde la pérdida del poder de estos sectores, un fenómeno que ha llevado a la ausencia de líderes verdaderos. La razón de esta carencia podría atribuirse a la pérdida de valores morales y a la falta de ética profesional, así como a la negligencia en capacitar y preparar a los sucesores en la vía de la renovación en los diferentes cargos de elección popular o pluris..
En tiempos pasados, para ser un representante o ostentar un puesto de gran nivel se requería preparación y mérito. Sin embargo, esos valores se han perdido con el paso de los años. Ahora, para estar en el poder, basta con ser ahijado, primo, pariente, amigo, compadre o amante de quien está en el poder, lo que garantiza una buena posición política, económica y social.
Este pensamiento erróneo es la raíz de múltiples problemas que aquejan a la sociedad, al pueblo, a los trabajadores y a la misma sociedad en la que se desenvuelven.
Se tiene la convicción de que con personal inepto y mal preparado se pueden sacar adelante las responsabilidades encomendadas.
Se necesita más que conexiones para desarrollar un trabajo decoroso en las posiciones que dirigen organizaciones e instituciones. Antes, cualquier persona que aspirara a ser diputado, senador, gobernador, secretario general o alcalde, debía contar con el apoyo y la preparación adecuada. Se capacitaba a los candidatos desde abajo, permitiéndoles subir poco a poco hasta ser reconocidos y calificados por los dirigentes de los diferentes sectores.
Hoy en día, la situación es distinta. Sólo se requiere como requisito ser una persona manipulable a los intereses particulares de quien les da el apoyo. Con esto, se cuidan intereses personales y se olvida lo más importante: el pueblo, los trabajadores y la sociedad. Se olvidan de los principios y la ética, y de que en este asunto todos tienen intereses que deben ser protegidos.
Los responsables de las instituciones y principales rubros deberían escoger a los más y mejor preparados, pero en cambio, eligen como candidatos a puestos de elección popular y funcionarios titulares a quienes son menos preparados. Muchos llegan a las posiciones o al puesto sólo por ser serviles y corruptos, personas de confianza que cuidan las faltas y corruptelas de sus superiores. La experiencia los avala.
En resumen, para llegar a ser un gran político o representante, se requiere más que ser amigo o pariente de quien ostenta el poder. Se requiere un título, una trayectoria limpia, sana y honesta, y pasar por las instancias necesarias para estar preparado para representar dignamente y dejar un precedente del cual los representados se sientan orgullosos. La política necesita volver a sus raíces, donde la preparación y la ética eran fundamentales para el liderazgo.
LA POLÍTICA DE AMIGUISMO Y LA DESILUSIÓN CIUDADANA
En la actualidad, el acceso a puestos públicos parece estar más determinado por las relaciones personales que por la capacidad y preparación. Esta práctica de favorecer a amigos, compadres o parientes de quienes ostentan el poder ha reemplazado al antiguo sistema de preparación y mérito. Es una realidad desalentadora que refleja la ausencia de líderes comprometidos con las instituciones y organizaciones, y que busquen objetivamente y de manera positiva el bienestar de sus representados.
Esta tendencia no solo es preocupante por la falta de preparación de quienes asumen roles críticos, sino también porque tarde o temprano generará consecuencias negativas. La confianza del pueblo en sus líderes se erosiona cada vez que son testigos de promesas incumplidas y acciones que no corresponden con los discursos ofrecidos durante las campañas electorales.
Los ciudadanos, cada vez más informados y menos susceptibles a ser engañados, han sido víctimas de falsas promesas. Los políticos que una vez solicitaron su voto con compromisos grandiosos, tienden a olvidar esos compromisos una vez en el poder. Como resultado, la confianza depositada en sus representantes se pierde, y con ella, la fe en el sistema político.
Es momento de un cambio de paradigma, donde los intereses colectivos prevalezcan sobre los individuales. Los políticos deben reflexionar y considerar las necesidades y esperanzas de aquellos a quienes representan. Deben abandonar las falsas promesas y comenzar a construir una relación de confianza y transparencia con el electorado. Solo así se podrá restaurar la fe en la política y asegurar que sean verdaderos servidores del pueblo y no solo figuras decorativas en el poder.






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